lunes, 24 de noviembre de 2008

Capturando las estrellas


Hal Bregg regresa del espacio profundo tras una misión estelar que le mantiene, a él y a su equipo, más allá de la galaxia durante diez años. En virtud de la contracción del tiempo einsteniana, a su regreso han pasado ciento veintisiete años terrestres y todo ha cambiado. Las variaciones que la especie humana ha ejercido sobre sí misma, sus sociedades y su modo de vida, convierten a Bregg, con sus utopías y contradicciones de principios de siglo, en un anacronismo viviente, en otra lectura del "buen salvaje" que entreteje sus pensamientos con teorías y axiomas extinguidos mientras aprende, de nuevo, a preguntar en una tienda, desplazarse por la estación e incluso valerse en el cuarto de baño.

El libro era Retorno de las estrellas, y su autor el desaparecido Stanislaw Lem. No pretendo desvelaros el final, aunque sí traer a colación el aspecto más impactante -por la sencillez lúcida de su reflexión- de ese mundo imaginario, que pintaba tan feliz como el de Huxley al sustentarlo el autor de Solaris en la renuncia de la humanidad a lo que nos hace humanos.

Y es que la única concesión que Bregg terminaba haciendo a esta nueva Tierra, después de descubrir que los bebés eran tratados médicamente para eliminar sus impulsos violentos, o que la civilización del adulterio era posible con contratos anuales de vida en común (viva la ciencia ficción), era la de la imposición legal por el Estado de superar unos estudios para traer hijos al mundo. "Al principio me pareció inaudito", reflexionaba Bregg, aunque después terminaba admitiendo que la paradoja la teníamos aquí, en nuestro tiempo, ya que hoy no puede tomarse la mínima medida administrativa o despachar medicamentos sin años de formación, mientras que lo único que dejamos a la casualidad o la concupiscencia del momento es, precisamente, la procreación de hijos y el desarrollo de su mente.

Habría que ser muy necio para malinterpretar tan magnífica lectura especulativa, este aviso a navegantes de la vida. Lem nos animaba a preparar desde ya el mundo futuro, a capturar las estrellas de la evolución desde aquí abajo, para no tener tal vez que ir a buscarlas fuera. En fin, los que somos padres nos entendemos, ¿verdad?

7 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Caramba!, se me ocurre una idea similar en la que el estado te obliga a superar ciertos estudios antes de optar a un cargo político. ¡Pero que bonito es soñar, eh?, aunque claro, un título no garantiza absolutamente nada, se puede seguir siendo el mismo cazurro titulado.

Aunque ya sólo por el esfuerzo, un montón de inútiles se quedarían por el camino, y los que no, se irían a la privada a que les regalasen el título por dinero.

En fin, oye Paul, déjate de los Mundos de Yupi que uno se enbala, y luego te das un tortazo con la tozuda realidad,...

Paul dijo...

Anónimo: Un chiste. Tribunal de evaluación en una universidad privada:
-Díganos cuántas son dos más dos.
-Tres
-Enhorabuena, ya es usted arquitecto
-No, si yo venía por lo de informática.
-Bueno, pues ya tienes dos.
-Gracias, papá

Anónimo dijo...

Pues en verdad, que yo sepa, arquitectos en política no hay, aunque licenciados en derecho los que quieras y Ramiro Cuende no cuenta por que ese tiene de arquitecto sólamente el título,...

Puesfijate dijo...

jjjjajajaja. Yo también estudié en una universidad privada. Por eso, y quizá porque no tengo hijos, no entiendo muy bien tu último párrafo.

La novela ésa pinta muy bien. Pero a mí me divierte más leer historias antiguas que especulaban cómo sería el futuro. Como 1984 o 2001 una odisea en el espacio.

No acertaron mucho, aunque en la Unión Soviética de los 80 no se vivía de forma muy distinta a lo que salía en la novela de Orwell.

Yo creo que, salvando el progreso tecnológico, las cosas no cambian tanto. Si te pusieran en la época de los romanos te adaptabas en dos días. Quizá sería una ayuda tanta película como hemos visto.

Buenas noches

Paul dijo...

Anónimo: Para ser concejal, como Cuende, no hace falta tener título de nada. Le remito a mi entrada titulada "Sarraute".

Puesfíjate: No comparto tu visión del viaje en el tiempo. Si nos trasladaran a la Roma imperial, me da que dos días era lo máximo que íbamos a durar.

Mac dijo...

Paul: Coincido con Puesfíjate. Nos adaptaríamos con relativa facilidad. Quitando los avances tecnólogicos no hay tanta diferencia en el resto de aspectos. Aunque a tí posiblemente te costaría un poco por tu profesión, y porque escribir un blog en tabillas de cera es algo complicado... :)

Paul dijo...

Mac: Un tío como yo se desenvolvería bien en las orgías, pero sé que un día u otro acabaría el patibulum patibuli por hablar de la basura basurae del imperator.