viernes, 10 de octubre de 2008

Desde el asilo de Arkham


Las correas de la camisa de fuerza sostendrán mi carne, pero mi deteminación es libre; casi puedo verla revoloteando contra estas paredes sucias, acolchadas contra la furia de locos que sí lo estuvieron antes que yo. Las drogas casi me han hecho olvidar cuándo me atraparon. Pero no van a doblegarme. Las gotas de sudor que no puedo limpiarme, mi realidad clínica y descalza y el maldito neón intermitente del techo me recuerdan todavía por qué estoy aquí. Si lo olvido algún día estaré bien muerto, sí señó. Lo último que necesito ver ahora es un espejo. Las niñas buenas van al cielo, las malas a todas partes. Ja.

Tampoco hace tanto que empecé a pensar en el verdadero sentido de la convivencia. Un día, cansado de sentir cada mañana el gusano de una tristeza extraña y anónima empañando la felicidad que había alcanzado, decidí que yo también podía cambiar las cosas. Empecé a escuchar a mis semejantes hasta que tuve material para escribir varias novelas utópicas. En ellas hablaba del mundo que había visto. En él, la religión mayoritaria arremetía contra ciertas opciones sexuales cuando sus pastores practican el celibato, la única realmente contra naturam. Fuera de estos muros, los artistas no existen porque salir a buscarlos resulta caro a una industria con poder para fabricarlos. En ese mundo, los terroristas logran, tirando a matar, que las democracias falsas se retraten recortando sus libertades. Allí, la familia es la base de una sociedad llena de niños solitarios, de niñas que piden operaciones de estética como regalo de fin de curso y donde importa más, en fin, la apariencia que el cariño. Fuera, el entretenimiento se concibe como un circo de miserias donde lo único que importa es compararse en lugar de aprender, para justificar un día más lo inútil, mediocre, sumiso y escandalosamente caro que resulta confundir madurez con tragaderas. Un día, me detuvieron y dijeron que yo era el loco. Me encerraron y me sedaron. Y me dijeron que me callara.

Por ahí viene la enfermera. Al principio me parecía que estaba buena, pero ahora sé que no es nadie fuera del fetiche masculino de su uniforme. Hostia puta, y menuda jeringuilla trae.

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